Tuve más de un motivo, y que en el texto que me dispongo a desarrollar no vienen a cuento, para justificar mi salida de todas las redes sociales que tanto frecuentaba, pero hay uno que precipitó mi espantada definitiva: la necrología compartida.
Para la mayoría de humanos la muerte representa algo que inevitablemente forma parte de nuestra vida, pero que solo vemos realmente cerca cuando le toca a un ser querido o próxima cuando un doctor nos anuncia la inminencia de la misma. Antes de esto suele ser un tema casi tabú, de mal gusto e incluso en ciertos momentos impertinente. No digo que que no haya conciudadanos que se regodeen hablando de ella, pero más bien es algo que se puede considerar dentro del mundo del chismorreo. Vamos nada serio. El tema de la eutanasia, por ejemplo, en sociedades occidentales, donde los servicios médicos y la ciencia se han impuesto a la superstición y a la religión de manera razonable, sigue siendo un tema escabroso y del que muchos gobiernos pasan de puntillas intentándolo esquivar, con más o menos suerte. Por otro lado siempre ha habido una intención muy clara del Sistema en infantilizarla y situarla dentro del mundo de la ficción, de lo no real, para aliviarnos (gracias a ellos) cierto sufrimiento, llegando a una banalización de la misma de un tamaño descomunal.
Valga esta introducción para entrar en materia y relacionarla con el flagrante uso del tema obituario en las redes sociales y para eso voy analizar como recuerdo que se me solía presentar muchas mañanas. Habitualmente revisaba mi facebook, twitter, intagram nada más levantarme. La adicción es así y el que diga lo contrario o miente o estamos hablando de un control mental fuera de lo común. De repente aparecía una fotografía un poco más grande de lo habitual con la cara de alguna celebridad. Como yo me movía en el mundo musical, aparecia la cara de un músico y acto seguido comentarios, links a sus discos, citas, videoclips, colaboraciones, intervenciones en lates shows, entrevistas, videos comulgando en la básilica de San Pedro delante del Papa, y así un largo etcétera. Si era un artista de los que seguía, mi primera reacción era de sorpresa. Como podía ser que tanta gente a la vez se pusiera de acuerdo para homenajearle (recordemos que este primer visionado de redes lo hacía recién levantado y mi rapidez no era la más adecuada) y más aún, porque lo homenajea gente que conozco con la que nunca he hablado del homenajeado. Cuando mis neuronas empezaban a producir intercomunicaciones eléctricas caía por fin que no se estaba tratando de un homenaje sin más, lo que todo el mundo estaba intentando demostrar es lo mucho que les había tocado la noticia de SU MUERTE!!!
Y aquí es donde empieza el postureo más cutre y patético en la red. Si dorar la píldora es algo habitual en el mundo del arte, aunque realmente no te guste una mierda el ser o el objeto elogiado, ensalzar la imagen de alguien que la ha palmado y que en tu puñetera vida has entrado a valorar su obra de una manera más o menos seria me parece uno de los actos más repugnantes que puedo recordar de mi periodo internáutico.
Total, que cada vez que por la mañana veía una foto sospechosa de alguien en las redes, lo primero que hacía era ir a la sección de obituarios de la prensa y comprobar que el homenajeado en cuestión aun respiraba o como mínimo nadie tenía constancia de lo contrario. Me vi así, como hacen la mayoría de personas que adictos a los períódicos locales: consultar las necrológicas incluso antes que la lotería.
Esto me produjo un estrés bastante traumático y un miedo bastante grande a consultar el muro ( o como se llame en cada una de las plataformas) del facebook, twitter o intagram… Básicamente por no dar por muerto a nadie que no lo merecia.
Así me pillaron muertes como la de Bowie o Prince, para nada esperadas… Por suerte la de Michael Jackson estaba en un bar irladés muy bebido.